La célebre feminazi promotora de la castración a todo varón heterosexual que tenga la desgracia de caer en las redes tremebundas de los tribunales feminazis inquisitoriales de género, se hizo en su día famosísima por su implicación (sin que se determinara judicialmente el grado) en el criminal atentado etarra de la Cafetería Rolando de Madrid cometido el 13 de septiembre de 1974 con resultado de 13 muertos y 84 heridos. Fue, con diferencia, una masacre descomunal, antecedente directo del atentado terrorista en Hipercor de Barcelona.
Lo cuenta ella misma como un timbre de gloria al relatar las supuestas torturas del policía Billy el Niño:
“
Entonces…
Teníamos una relación política y amistosa con Eva Forest y Alfonso Sastre. Vivían en Madrid y nosotros en Barcelona. Compramos un piso céntrico en Madrid porque tenía el propósito de montar un despacho en la capital. Era el verano de 1974. Teníamos que hacer obras y Eva Forest nos aconsejó que Antonio Durán, un habilísimo albañil [del Partido Comunista], nos hiciera una pequeña construcción que no podía verse por fuera porque la recubría de azulejos y parecía que no había puerta. Se abría con unas ventosas. Quedaba un hueco dentro. La verdad es que no pensaba que me sirviera, pero Eva insistió mucho. Entonces, desde Barcelona, le envié el dinero y las llaves de la casa.
¿Llegó a ver el piso?
Nunca. En agosto de ese año la Guardia Civil detuvo, a tiros, a dos etarras en el País Vasco. Al registrarlos encontraron una agenda con el 13 de septiembre marcado: “Rolando, 2:15-2:30”. Y el 13 de septiembre explosionó un carga enorme en la cafetería Rolando de Madrid, enfrente de la Dirección General de Seguridad, en la calle del Correo. Hubo 13 muertos y 84 heridos. La policía relacionó aquello con la detención de los etarras, que convenientemente interrogados explicaron que en Madrid tenían una cabeza de puente que ellos llamaban “La loca”, “la tupamara” y “Vitia” [se trataba de Eva Forest]. Y que habían estado en Madrid y ella les había alojado en pisos francos. Uno de ellos era el mío.
¿Cómo se fraguó el atentado?
La llamaron operación Caperucita Roja porque era meterse en la boca del lobo. Convenció a la cúpula etarra, que estaba en Burdeos, que después del asesinato de Carrero Blanco, que había sido una acción tan exitosa, había que hacer otra todavía más espectacular. ¿Qué podía ser? Volar la Dirección General de Seguridad en Madrid. Forest realizó una prospección, pero la vigilancia era férrea. Entonces se percató de que los policías iban a la cafetería Rolando, que estaba enfrente. Cuando llegaron los activistas de Francia, los llevó a ver la cafetería y al día siguiente colocaron la carga. Nosotros estábamos en Barcelona completamente en la inopia.
¿Cómo se produjo su detención?
El 16 de septiembre, tras interrogar a los etarras, la policía detuvo a Eva Forest. Le abrieron el bolso y, entre otras muchas, sacaron las llaves de mi casa. “Son de la casa de Lidia Falcón y Eliseo Bayo”, contestó. Inmediatamente llamaron a la Jefatura de Barcelona para que nos detuvieran. Después de registrar mi despacho sin encontrar nada, a la una de la madrugada nos metieron en dos coches. Eliseo y mi hija en uno. A mí en otro. Mi hijo, que tenía 16 años, lo detuvieron y lo tuvieron tres días en la Jefatura de Barcelona. No nos dijeron adónde nos llevaban ni porqué. Condujeron toda la noche y casi a las 10 de la mañana llegamos a Madrid, a la Dirección General de Seguridad. Como entrabas por la calle del Correo, vi la cafetería destrozada. El edificio estaba en ruinas. Entonces sí que pensé que nos matarían.
¿Relacionó su detención con el atentado?
Aún no. Pero teníamos mucha inquietud. No sabíamos nada. Ni que habían detenido a Eva. Primero me bajaron a los calabozos, que eran medievales, auténticas mazmorras, sótanos de piedra con arcos. Había arriba un tragaluz por el que veías la calle y los pies de la gente. En la primera celda estaba Eva. Con una alegría sin igual me dice: “Pero Lidia, ¿qué haces aquí? Tú no tienes nada que ver con esto”. Tampoco sabía que ella estuviera relacionada con el atentado.
¿Cuándo lo supo?
Nos subieron a interrogatorios. La primera cosa es que aparece un policía enorme, un gigante, y dice: “¡Aquí está una de las asesinas!”. Y con una guía de teléfonos me da un golpe en la cabeza. Después me llevaron al médico. Dije que había tenido una pequeña inflamación hepática aquel verano. Acto seguido me pasaron al interrogatorio con Billy el Niño y el comisario Conesa y otro que no recuerdo. Todo parecía normal. Me sientan en una silla y me preguntan por Eva Forest. Siempre es larguísimo. Hay un reloj allí y vas contado los minutos. Mientras los entretienes va pasando el tiempo. Era una ingenua porque no tenían ningún tiempo tasado. Creía que respetarían el plazo de los tres días, pero estuve nueve.”
http://www.lamarea.com/2014/06/27/lidia-falcon-colgaron-con-los-brazos-atados-y-rompieron-el-abdomen-punetazos/
No obstante lo cual, en la Wikipedia se dice de ella, falsamente, que “Fue militante del PSUC1 y sufrió persecución por sus ideas políticas durante la dictadura franquista”. Todo un sarcasmo desmentido por esta promotora de la castración y contraria a la custodia compartida. Lo que en verdad se desprende de las notas de prensa, es que fue perseguida por albergar zulos para ETA en su propia vivienda.
No llegó a ser juzgada judicialmente, ya que tras la muerte de Franco esta implicada resultó beneficiada por los sucesivos indultos y amnistías de la transición.
LIDIA FALCÓN: LA ANCIANA Y PRESUNTA TERRORISTA DE MASAS ES HOY UNA FABRICANTE DE ODIO, MALDAD Y DOLOR. De José Jose Diaz-Herrera
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Tal vez la principal característica que defina a la más beligerante de todas las feministas españolas, Lidia Falcón O’Neill (Madrid, 1935) es que se trata de una farsante y una embaucadora. Una farsante cargada de odio, una mujer vengativa sin posibilidad de redención ante sus semejantes; una mujer que disfruta y se regodea sembrando el dolor en contra de la mitad del género humano. Un saco de maldad, en definitiva. Lo que mucha gente ignora, sin embargo, es que la señora fue una presunta asesina de masas [en el sentido americano del término], en grado de colaboración, al haber participado en una trama terrorista que puso una bomba en un lugar público de Madrid en la hora de máxima concurrencia y que fue detenida y encarcelada pero no juzgada pos al beneficiarse de la amnistía de 1977. Madrileña de 79 años de edad, de aspecto varonil, militante del Partido Comunista de España en la etapa de la clandestinidad, al igual que sus padres, hizo sus primeras armas poniéndose al servicio de la organización terrorista ETA en Madrid a principios de los años setenta, realizando seguimientos para la banda armada, trasladando a sus pistoleros hasta los lugares donde cometían sus atroces atentados y luego recogiéndolos y ocultándolos. En efecto, entre 1970 y 1975, siguiendo las directrices del PCE, junto con Genoveva Forest, formó parte de la infraestructura de la banda terrorista. Y, además, tomó parte en la construcción de una veintena de pisos francos ocultos en el interior de otras tantas viviendas de honrados ciudadanos a muchos de los cuales engañaron para que colaboraran, persuadiéndoles de que las casas del pueblo se iban a utilizar, exclusivamente, para ocultar a antifranquistas perseguidas por la justicia y no terroristas ni pistoleros de la banda criminal vasca. Junto con la plana mayor de ETA José Miguel Bañarán Ordeñana Argala, Jesús Zugarramurdi, Kiskur, Javier Larreategi Cuadra, Atxulo, Domingo Iturbe Abasolo Txomin y otros participó en la organización de los asesinatos del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco y en la colocación de una bomba en la cafetería Rolando situada en la calle Correo de la capital de España, atentado en el que perdieron la vida 13 personas y otras 90 resultaron heridas de diversa consideración y tardaron más de un año en sanar. El atentado de la calle Correo fue, sin duda, el más brutal y sanguinario de los últimos años de la España franquista. Iba encaminado a asesinar al mayor número de miembros posibles de la Brigada de Información Social de la policía (la encargada de perseguir el terrorismo), situada en las inmediaciones. En el atentado no murió ningún agente del orden por lo que el objetivo de los asesinos no se cumplió. La matanza indiscriminada de ciudadanos fue tan atroz y despiadada, repugno a mucha gente e hirió la conciencia de miles de ciudadanos, por lo que ni siquiera los terroristas vascos no la han reivindicado nunca como una de sus acciones. La matanza pudo haber sido incluso peor. Ya que la idea de Genoveva Forest y de Lidia Falcón era la de colocar la bomba dentro de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, de Madrid, aprovechando la poca vigilancia que había a la entrada y el hecho contrastado de que las mujeres podían entrar y salir libremente del edificio llevando paquetes sin que nadie las revisara. Aunque en la actualidad parezca una locura, un acto execrable y condenable sin paliativo alguno, en aquella etapa muchos grupos terroristas del mundo estaban obsesionados con este tipo de asesinatos masivos, golpeando directamente a sus oponentes. Fue lo que pasó en Argentina con los Montoneros que asesinaron en su propia casa al jefe de policía de Buenos Aires. Y, posteriormente, el 2 de julio de 1976 colocaron una bomba en a Superintendencia de Seguridad Federal (también conocida como «Coordinación Federal») de la Policía Federal de Buenos Aires provocando el derrumbe del edificio y la muerte indiscriminada de 23 personas. Que muchos de los “salvadores del mundo” de aquella época se comportaran con esta brutalidad y falta de sentimientos no le quita la menor responsabilidad a las dos mujeres, Genoveva Forest y Lidia Falcón. Por el contrario, tuvo que ser la propia ETA la que con-venciera a las dos mujeres, especialmente a Lidia Falcón, que se había ofrecido voluntaria a introducir la bomba en la DGS, a “atacar la guarida del lobo” o a “matar al lobo en su guarida”, como ellas decían, que ésta era una acción demasiado arriesgada y con consecuencias demasiado graves e irreversibles para ser llevada a cabo por una sola mujer, por muy fuera de sus cabales que estuviera, por muy loca asesina que fuera. Detenida por la policía la presunta terrorista de masass madrileña (los delitos de genocidio y conexos no estaban tipificados aún en el Código Penal pero poner una bomba en una cafetería pública en el momento en que estaba abarrotada de gente ya se sabe lo que es, lo diga o no el derecho positivo español de la época) fue internada en la prisión de Yeserías en septiembre de 1974. Y aunque el fiscal militar del caso estaba dispuesto a pedir para ella la pena de muerte o una pena sustitutiva de 30 años de reclusión mayor no pasó ni siquiera 4 años entre rejas. En junio de 1977, al aprobarse la Ley de Amnistía, quedó inexplicablemente en libertad pese a los horrorosos crímenes en los que participó los cuales, en cualquier país del mundo, le hubieran supuesto la cadena perpetua, como ocurre por ejemplo con el terrorista Ilich Ramírez Sánchez, Carlos o «El chacal» preso en Francia y sin posibilidad de redención de condena desde 1994. Las estancia en cárcel no le hizo reflexionar sobre el tremendo daño que había causado a la sociedad ni pulió su carácter lo más mínimo. Al revés, desató sus más bajas pasiones y sus celos de mujer abandonada. Separada ya por entonces de su marido, el periodista Eliseo Bayo, ex redactor-jefe de Interviú, arremetió duramente contra su compañera de la etapa de pistolerismo, Genoveva Forest, por haberle quitado al novio que no era otro que el terrorista José Miguel Beñarán Ordeñana Argala, el asesino de Carrero Blanco asesinado a su vez 10 años después por los servicios secretos españoles, “amor” que se disputaban las dos damas de la muerte a dentelladas. Consecuencia de ese odio feroz hacía su compañera de fatigas fue el libro Viernes 13 en la calle del Correo donde cuenta, entre otras lindezas, como su compañera de correrías Genoveva Forest, además de viajar de vez en cuando de Madrid a San Juan de Luz “poniendo en riesgo al grupo” para cepillarse a Argala, se emborrachaba con frecuencia. Conocido este hecho por la policía, el fiscal militar lo aprovecho para soltarle la lengua. En lugar de torturarla y forzarla a hablar Con violencia o amenazas, como era habitual en la época, Iba a verla todas las tardes a la cárcel y le ofrecía unos buenos lingotazos de anís del mono con lo cual acabaron muy amigos y Forest, casada con el dramaturgo Alfonso Sastre, le contó de “pe a pa” todos los entresijos de ETA y de los crímenes de Madrid. Amnistiada social y políticamente por sus amigos y vecinos, gracias a sus contactos con el PCE y la izquierda española, ha gozado desde entonces de un cierto predicamento entre el feminismo radical aunque no ha podido quitarse del todo el marchamo de mujer rencorosa, vengativa, extremista y, en cierta medida, fatal. A partir de entonces y tras ajustar cuentas su ex socia, presuntamente por quitarle el novio terrorista y por irse de la lengua con “el enemigo”, impulsada por sus fracasos de pareja y como mujer (su hija acaba peleándose con ella y abandonándola) Lidia Falcón se transforma en una feminista radical y violenta (en ocasiones), cuyo objetivo es la persecución y destrucción del hombre y la creación de una sociedad de mujeres rabiosas y enfurecidas constantemente con el poder establecido al que pretende liquidar. Todo ello lo plasma en una docena de libros incendiarios escritos en la línea del feminismo radical y destructivo de los años sesenta, donde describe a la mujer como una mera reproductora subordinada y sometida al hombre no por la sociedad capitalista sino por la institución del patriarcado, por lo que se ha mostrado contraria al matrimonio y a cualquier otra forma de “esclavitud” de la mujer. En esta línea de argumentación ha llegado a sostener al igual que la norteamericana Valerie Solanas, la autora del manifiesto feminista y dirigente del movimiento SCUM, que la única posibilidad para de desarrollar su capacidad sexual por parte de las mujeres es el lesbianismo. No hay que olvidar, además, las similitudes entre las dos mujeres. Solanas intentó matar el 3 de junio de 1968 a Andy Warhol por que, pese a sus inclinaciones sexuales, le consideraba un peligroso machista, como lo eran para Lidia Falcón los policías de la calle Correo de Madrid años después. Rebelde sin causa, peleada con el género humano a perpetuidad, casada a los 17 años no porque sintiera amor sino porque “se le cruzó la hormona”, defensora de la castración de los hombres que no se plieguen estrictamente a los deseos y apetencias sexuales de sus parejas, sigue siendo una mujer iracunda y bestial. ¿A quién le tiraría huevos?, le preguntaron una vez en una entrevista. “Tirar huevos no vale la pena. Me parece un gesto blando. Mi ira es profunda”, replicó. Escritos desde la rabia y el odio al otro sexo, muchos de sus libros pecan de falta de imparcialidad y de contraste e incluso, según algunos de sus críticos, revelan que su autora posee una personalidad desordenada e iracunda, que la autora procede de una familia desestructurada y rota (lo cual es cierto, ya que su padre tuvo que huir al estar perseguido por el franquismo), lo cual le hace volcar sus frustraciones personales en los demás y odiar al universo como causa de sus males. En definitiva, estos trastornos de personalidad cercanos, en muchos casos, a la demencia y a la manifestación de una ira ancestral, que quiere arrasar con el mundo y construirlo a imagen y semejanza de una niña desgraciada y abandonada en su infancia, ha dado ori-gen a centenares de escritos iracundos a los que no había que darle más importancia que lo que son: meros desahogos emocionales de una mujer profundamente infeliz. A las personas con signos de demencia no se les puede hacer demasiado caso. Sin embargo, el tremendo dolor que sus exabruptos causan todos los días en muchos hombres perseguidos implacablemente por la ideología de género, su intento permanente de culpabilizar de los fracasos de la pareja exclusivamente a una de las partes (los hombres), el odio a la pareja y la confusión que genera entre muchas mujeres y la mala imagen que ofrece a diario del feminismo como alternativa real y moderada de las mujeres, todo ello junto hace que haya que condenar su cáustica y disolvente ideología de la violencia. No hay que olvidar jamás que para esta mujer, ya anciana, el hombre, simbolizado en el falo que identifica con la policía como ente represor por antonomasia, es siempre el enemigo a batir y que ya lo intentó el 13 de diciembre de 1974 con la bomba de la cafetería Rolando de Madrid.